Yo no tuve nada que ver. Es más...es menos (preferiría decir, para no llamar demasiado la atención). Es menos, nunca supe de eso. ¿De qué?
Permiso.
Síndrome de China
Cómo ocurre: falla la refrigeración y el sistema se recalienta. La reacción se descontrola. En un momento, el núcleo del reactor se funde y se convierte en un sol líquido: candente, imparable, atraviesa todos los resguardos en su descenso hacia el centro de la tierra. Quema las entrañas del mundo.
Los chinos no tuvieron nada que ver, pero a alguien había que echarle la culpa. Y nunca se sabe, porque ellos disimulan muy bien. También inventaron los fideos. Pero lo disimulan.
Ah, ¿y qué pasa con el Síndrome de China? Nunca sucedió, no se puede responder.
(disimulemos)
Che, disimulá
Algo lo atravesaba. Algo era a través suyo, o él mismo era, quemándose la entrañas como una gota de lava.
Ellos también
Miraba los puestos de artesanías y me hacía el interesado. Me aburría asquerosamente. De pronto, lo vi venir. Un gran amigo, el pibe Toranzo, hacía gravitar a su alrededor dos personajes de notoria disparidad. Cómo es esto: por alguna razón, andaba con un tipito de anteojos y una monja. ¡El pibe Toranzo y su pandilla! Él y su costumbre de reclutar.
Vení que te presento.
El tipito parecía lo que en las novelas traducidas al español se da en llamar “notario”. No un escribano real, sino un notario de novela, prolijo y pálido. Un célibe de anteojos. La monja no era exactamente una monja, porque parecía reputa y eso le cagaba el disfraz. O me equivoco. ¿Demasiado color en los labios? ¿un dejo de agresividad? No se puede saber.
Me tengo que ir. A los ojos: vos no me viste, eh.
Nunca supe qué planeaban, porque enseguida siguieron caminando hacia la catedral. Para mí, que estaban disimulando.
Conclusión
El fin del mundo es técnicamente posible.
Se disimula.
Seh.
S!
martes, enero 11, 2005
Sabía que esto iba a pasar. Cuando llegué, el gato salía del mainframe con los bigotes erizados y una astucia depredadora en los ojos, como si hubiera visto un pájaro desprevenido. Apenas se percató de mi presencia, cambió la expresión, me dio un roce con la cola levantada y se fue a tomar leche.
El ojo rojo de HAL parpadeó y la máquina emitió una impresión:
“
REUNION DE REDACCION. FINALIZADA.”.
El diálogo con mi gato está perjudicado por los acontecimientos recientes. Graves acontecimientos que socavaron nuestra mutua confianza. Algunas costumbres sostienen la relación, pero el silencio y las palabras que respiramos se han endurecido.
Miramos una película mala, en blanco y negro, llena de robots de cartón, extraterrestres y otros cachivaches fulgurantes. En los subtítulos se lee:
cretino,
canalla,
de pacotilla. El gato entrecierra los ojos de placer.
Voy a buscar algo para tomar. Cuando vuelvo, lo encuentro pegado a la pantalla, manoteando un cohete chisporroteante que despega de la superficie marciana.
—¡Qué animalito iluso!— le digo.
domingo, enero 09, 2005
Nunca fui muy original con las palabras, pero sé que más vale un sustantivo en mano que cien adjetivos volando. Entiendo. Vos te reirás de mí y crepitará la magia ansiosa de tus dedos, que saben jugar con el fuego de las letras.
El tiempo ha volado. El tiempo despegó un día, hacia no sé cuándo. También lo sé.
Ahora, imagino que estarás cosiendo y cantando, sobre todo cantando, mientras yo soplo y hago botellas. Mientras yo solo.
Soplo tu nombre y hago botellas de las que beberé el día.
jueves, enero 06, 2005
es un verdadero hombre de ninguna parte
sentado en su tierra de ninguna parte
haciendo sus planes sin dónde
para nadie
no tiene un punto de vista
no sabe a dónde va
¿no es un poco como vos y yo?
John Lennon
martes, enero 04, 2005
Querido diario:
recién hice mi carpetita de enero. Adentro se acumularán documentos, papeluchos con intentos e intextos. Desde agosto tengo carpetitas –una para cada mes– y siempre hay algo que queda olvidado por ahí. Palabras, ideas, lo intextual y abominable que no llega al párrafo. Son seducciones olvidadas. O qué son. Ahora leo: los entusiasmos del pasado y su fofo abandono, ni siquiera llegaron a póforros, pobres. Condenados infósporos que no alumbran nada.
Digamos que todavía me las arreglo para ser inadecuado.
Digamos que hay desechos. Porque los hay. Ay, la escoria inquietante de la mente.
En otro orden de cosas también hay desechuras, y en todo momento, en todo orden de cosas, se desecha. Digo: digamos que la mujer gorda inmensa del kiosco ha considerado clavar su lapicera en el ojo del viejo que pide un chicle, ese no, el azul, ese. O amamantarlo acariciando su calva, pero: pequeño anciano sale de allí sin perforaciones oculares y sin regusto lácteo alguno. Gormensa, refugiada en su pereza, ha desechado. El crimen y el cariño. No a ellos –a la basura ellos–, sí al intercambio de mercancías.
Bueno, mi carpetita no es tan terrible, después de todo, y considerando que. Aquello.